jueves, 28 de agosto de 2025

Kitara la Khaldorya

En las gélidas tierras de Hiperbórea, donde los glaciares se desgarran como cuchillas y los lobos aúllan bajo la aurora boreal, nació una tribu de mujeres que no conocen el miedo ni la compasión.

Se llaman a sí mismas Khaldoryas, hijas del espíritu del frío y de la guerra, nacidas del juramento de sangre pronunciado en la noche de los tres eclipses, cuando sus hombres perecieron ante demonios de hielo y sólo ellas quedaron con vida. Fue entonces que Khaldor, el dios-lobo de las tormentas, les habló desde las entrañas del abismo helado y las marcó como su manada.

Desde aquel día, las Khaldoryas vagan como lobas salvajes, cubriendo apenas su cintura con pieles de osos y lobos que cazan con sus propias manos, llevando el torso desnudo al combate como desafío a los dioses y a los hombres. Sus cuerpos, tatuados con runas de obsidiana y cicatrices de batalla, son estandartes de guerra que brillan bajo la luz de la aurora roja.

Pocas llegan a viejas, pues consideran un deshonor morir ancianas sin haber conocido la gloria de la muerte en combate. Buscan la batalla como otras buscan el calor del hogar, y para ellas, el último aliento entre el fragor del acero es el verdadero canto de victoria.

Allí donde bajan de las montañas, aldeas arden y los hombres tiemblan. Los mercenarios las maldicen como demonios con rostro de mujer, y en las tabernas del sur se habla de ellas con mezcla de temor y deseo. Los civilizados, al verlas, quedan atrapados por su fiereza y su desnudez: miradas de lujuria y asombro se clavan en sus pechos descubiertos, pero pocos se atreven a extender la mano, pues quienes lo hicieron jamás vivieron para contarlo.

Cuando avanzan en manada, ululando como lobas, la sangre se hiela en las venas de sus enemigos. Su nombre basta para sembrar el pánico en ejércitos enteros: Khaldoryas, las hijas del norte, las que nacieron del juramento de sangre y siguen al lobo eterno en busca de gloria y muerte.

Esta es la historia de una de ellas.. Kitara la Khaldorya.

sábado, 2 de agosto de 2025

Link.. el primate asesino. Un clásico del VHS y del videoclub de los años 80

En los años 80, el cine de terror nos dio muchas joyas extrañas, y entre ellas brilla con un fulgor peculiar Link (1986), una inquietante película británica que mezcla horror psicológico, ciencia fuera de control y... un chimpancé asesino. Dirigida por Richard Franklin, esta película ha logrado con el tiempo un estatus de culto, en parte por su premisa inusual y en parte por su atmósfera claustrofóbica y extrañamente elegante.

Lo cierto es que indirectamente la película de Link, se convirtió en un autentico clásico de los videoclubes ochenteros. Pocos de los que vivimos aquellos tiempos, no recordamos la extraña caratula de esta extraña cinta de terror. Nos gustara o no, casi todos conocemos, o vimos la película sorprendidos. Posiblemente por lo extraña de su portada, la cual se alejaba de todos los tópicos de aquellos años en el cine de terror. Gracias a lo cual llamó inevitablemente nuestra atención y curiosidad. 

Lo cierto es que la historia es curiosa. Nos cuenta la vida de Jane Chase (interpretada por la entonces ascendente Elisabeth Shue), una estudiante de zoología que comienza a trabajar como asistente para su profesor Phillip (el siempre carismático Terence Stamp), un experto en comportamiento animal que vive en una mansión aislada en la campiña británica. Un entorno inigualable, que da mucha fuerza a la admosfera de la propia película. Y es que seguramente Link no habría sido la película que fue, si el escenario en lugar de desarrollarse en la siempre misteriosa campiña británica, se hubiera desarrolado en cualquier otro lugar mas moderno o actual. 

Sea como fuere, lo cierto es que allí, Jane conoce a varios simios entrenados por el profesor Phillip, entre ellos Link, un chimpancé envejecido e increíblemente inteligente que fue anteriormente utilizado como sirviente doméstico.

Todo parece ir relativamente bien hasta que el profesor desaparece misteriosamente y Jane queda sola con Link y los otros simios, dando paso a un thriller en el que la delgada línea entre inteligencia animal y violencia estalla de forma perturbadora. Se podría decir, no sin errar, que Link es una película de asesinos, y misterio, donde los asesinos no son hombres enmascarados, sino primates inteligentes. Plantenado indirectamente la pregunta de.. Y si los animales se hacen demasiado humanos, descubrirán el mal entre ellos? asesinaran por el simple placer de asesinar? violaran por el mero echo de violar? adquirirán todas las maldades morales que tenemos los seres humanos?

La película fue rodada principalmente en localizaciones rurales del Reino Unido, específicamente en la región de Cornualles y otras áreas del sur de Inglaterra. La mansión donde transcurre casi toda la película es un elemento crucial del ambiente opresivo, y es real: se trata de una antigua casa señorial utilizada para varios rodajes durante los 80.

Link fue filmada en 1985 y estrenada en 1986 en Reino Unido y Estados Unidos. En cuanto a su estreno en España, no tuvo una proyección destacada en cines comerciales. Todo indica que llegó directamente al mercado doméstico, apareciendo en videoclubes a finales de los 80 o principios de los 90, donde logró captar la atención de los aficionados al terror más curioso y alternativo.

En su momento, Link recibió críticas mixtas. Algunos elogiaron su atmósfera, su elegante fotografía y la actuación comprometida de Shue. Otros no pudieron tomarse en serio la idea de un chimpancé asesino con inteligencia casi humana. Con el tiempo, ha sido revalorizada como una rareza intrigante dentro del cine de terror británico, y es mencionada con cariño por fans del terror "outsider" o poco convencional.

No vamos a engañar, algunas escenas o propuestas de la película son surrealistas. Especialmente una de ellas, donde Link, el chimpancé asesino, se esconde en un pozo, y no es visto por una de sus victimas al mirar dentro de el. Algo prácticamente imposible por lo reducido del lugar. Es decir, si un mono de 200 kilos de peso, se esconde en la pared de un pozo... se ve quieras o no. Pero dejando estos percances fantasiosos del guión, que por otro lado suelen tener casi todas las películas de terror. Nos encontraremos con una cinta curiosa, con un planteamiento y desarrollo no visto en ninguna otra ocasión. Incluso con momentos incomodos, como el de la ducha protagonizado por Elisabeth Shue. 

Un momento en el que Link, el chimpance viejo asesino, abre la puerta del baño mientras la protagonista esta duchándose desnuda.. quedándose el animal mirando fijamente sobre sus dos patas, en posición humana y de forma intimidante a la mujer. Quien parece darse cuenta de un deseo sexual oculto en el primate.. algo demasiado humano para ser un animal. 


El director Richard Franklin ya había explorado el thriller psicológico en Psycho II (1983), y aquí vuelve al mismo tono tenso y contenido. La película fue producida por la legendaria Cannon Films, célebre por sus producciones excéntricas y de bajo presupuesto en los 80. El uso de animales reales en situaciones tensas generó debate en su momento, y es un aspecto que hoy sería tratado con mayor sensibilidad. No mal interpretéis.. no hay ningún abuso animal, pero hoy digamos, que nos hemos vuelto demasiado finos para tratar según que asuntos.

Link no es una película para todos los gustos, pero sí es una pieza fascinante del cine ochentero, con una premisa única, buenas actuaciones y una ambientación que mezcla lo gótico con lo científico. Un simio que cierra puertas con llave, espía desde la ventana y actúa con fría lógica: eso es más terrorífico de lo que parece. Aún así, como os decía no es una cinta para todo el mundo.. pues no llega a ser una película de terror, es más, está muy lejos de ser una película de terror como tal. Prácticamente no hay muertes, sale poca sangre, y la admosfera agónica reside más, en la agonía de saber si el mono va a atrapar a la chica, que en otra cosa.  

Si estas aburrido de los tópicos del genero, te gustan las películas góticas ambientadas en la campiña inglesa, y quieres salir de los clichés habituales del cine de terror animal y adentrarse en una historia tan insólita como inquietante, dale una oportunidad a Link y me cuentas. Yo la vi precisamente ayer, hacía mucho tiempo que no la veía, y me entretuvo bastante. 

Como dato curioso relacionado con la película, si la veis, muchos diréis.. Link no es un chimpancé. En efecto, aun cuando el personaje es un chimpancé, el director asesorado por expertos, decidió teñir el pelo a un orangután y utilizarlo en sustitución de un chimpancé. Al parecer los chimpancés son muy agresivos de adultos, bastante fuertes, y mucho mas impredecibles que los orangutanes. Algunas escenas no habrían podido ser rodadas de no haber sido Link un orangután. 

jueves, 24 de julio de 2025

El último paciente

 —Le pido por enésima vez que me conteste: ¿cuál es su nombre?

La voz rebotaba en las paredes blancas con una nitidez irritante. Me sentía agotado. Mis párpados se hacían más pesados con cada una de las constantes preguntas. Sabía perfectamente lo que querían escuchar, pero ni su insistencia ni sus malditos sedantes conseguirían de mí otra cosa que no fuera la verdad.

—Me llamo Evans, Evans Donson.

Hubo un breve silencio. El hombre al otro lado de la mesa anotó algo. Luego levantó la vista, frunciendo el ceño, como si mi nombre le resultara... incorrecto.

—¿En qué trabaja?

Agaché la cabeza, cautivo de una desesperación que no podía expresar. Lo único que deseaba en aquel instante era que me creyeran y que me dejaran marchar. Me faltaban las fuerzas necesarias para levantarme tirando aquella maldita mesa contra el espejo de mis observadores. Un parpadeo errante hacia aquel espejo devolvió mi rostro descompuesto, casi demacrado por esta situación. Me miré fijamente, sabiendo que los miraba, que estaban ahí detrás. Entonces tomé la decisión de aguantar, pese a conocer las consecuencias de sus protocolos de evaluación.

—Ya se lo he dicho... soy psicólogo.

—¿Le suena el nombre de Stephen Walker?

Mi estómago se contrajo. Por algún motivo, ese nombre siempre me provocaba una punzada.

—Por favor, doctor… no insistan más.

—Conteste a la pregunta.

—¡Era mi paciente! —grité, incorporándome con brusquedad de aquella incómoda silla—. ¿Cuántas veces tendré que decirlo?

—Siéntese y cuénteme por qué...

—¡Ya se lo he dicho! —interrumpí.

—Quiero oírlo una vez más.

Ese “una vez más” parecía arrastrar años, como un péndulo de hierro que ya hubiera contado al pasar en cientos de ocasiones. En el fondo, sabía que de nada serviría repetir quién era yo. Todo esto no era más que una pérdida de tiempo para mí, un teatro, un infecto trámite y, en verdad, un maldito preámbulo para justificar mi internado en el psiquiátrico y la amplia gama de drogas que me proporcionarían. Pese a ello, me dispuse a revivir la única versión que nadie, excepto yo, quería comprender:

Como cada mañana, entré en mi consulta. El olor a papel viejo y desinfectante me pareció más intenso que de costumbre. Encendí la lámpara de escritorio para revisar una serie de anotaciones y expedientes, esperando la llegada de mi puntual secretaria, la Srta. Valeria. Nada más llegar, me hizo entrega de la lista de pacientes que tendría que recibir.

—Buenos días, doctor. Aquí tiene —dijo con una voz tan neutra que bien podría haber saludado a un completo desconocido. Pero Valeria era así: fría y mecánica por descendencia estonia.

Al revisar la lista, me sobresalté. Mis ojos se detuvieron en el último paciente.

—¡Vaya! Otra vez Stephen Walker, y para colmo… a última hora.

—Ayer llamó y parecía muy alterado. ¿Quiere que cancele la cita?

—No, no, gracias, Valeria. Intentaré despacharlo rápidamente. Hoy tengo una reunión en el hotel Renwick y no puedo volver a faltar… —hice una pausa—. Aunque, ahora que lo pienso... ¿no fui a esa reunión la semana pasada?

La Srta. Valeria me miró como si no entendiera.

—¿Qué reunión, doctor?

—La del hotel... —empecé a decir, pero mi voz se desvaneció. Me dolió un poco la cabeza. No estaba seguro de si esa reunión había existido.

Stephen Walker parecía un nombre tatuado en mi mente. Era un caso peculiar, uno de esos que no aparecen en los manuales. De hecho, cuanto más pensaba en él, más se desdibujaban los límites entre paciente y terapeuta. Tratar a Stephen Walker era como hablar con un bucle: siempre decía las mismas cosas, una y otra vez. Además, ya se había ganado el puesto de ser el único de mis pacientes que lograba inquietarme, puesto que, en alguna ocasión, tuve la impresión de que nuestras voces se mezclaban, e incluso de que respondía a preguntas que ni siquiera había formulado.

Había probado diversos métodos y terapias sin conseguir ningún resultado. Su cuadro clínico era desconcertante por resultar de lo más “normal” y no mostraba pautas que pudieran darme la clave sobre el origen de su paranoia. Era una persona alegre, adinerada, con una esposa e hijos maravillosos, sin problemas familiares, con un negocio rentable de piezas artísticas, con una vida plácida y llena de privilegios. Tenía todo lo necesario para sentirse feliz o, al menos, para poder tener una valoración positiva sobre su propia circunstancia. Sin embargo, insistía en que estaba viviendo un sueño, una simulación. Walker no aceptaba la realidad. Sentía que todo era falso, que su mundo estaba construido por otros... Era como si viviera atrapado en una historia que no podía controlar. No quería aceptar la “ilusión” —como así la llamaba— que proyectaba lo que él consideraba su “falsa vida”. Descartadas la típica crisis existencialista, el estrés, la angustia, la depresión y los trastornos craneoencefálicos, entre otros factores, solo me quedaba la hipnosis como puerta de salida de ese extraño laberinto en el cual mi paciente permanecía sin atender a ninguna de mis orientaciones profesionales. Las horas de la mañana fueron pasando como de costumbre, sintiendo la claridad del sol a través de mi ventana, pero sin sentir la lucidez de quienes atendía por diversas causas, viéndome en uno de esos días ingratos sin resultados concluyentes.

Y entonces, llegó su turno.

Stephen entró a toda prisa, mostrándome un estado de alteración que era novedoso para mis anotaciones. Sus ojos estaban dilatados y respiraba de forma agitada. Parecía estar en el límite entre la cordura y la catatonia. Lo invité a sentarse. Después de calmarlo con unas palabras y un vaso de agua, comencé a escuchar con atención su delirio y las nuevas razones sobre la ficción del mundo.

—Stephen, ahora que ya estás tranquilo, comencemos. Dime, ¿qué has visto esta vez?

Guardó silencio. Me miró, desconfiado. Como si no me reconociera. Como si me viera por primera vez.

—Todo es falso —dijo al fin, acentuando esas palabras con el brusco movimiento de sus ojos a ambos lados de la estancia—. Hoy lo he visto con claridad. Tú no deberías estar aquí —mostró un simulacro de sonrisa que no llegaba a iluminar su mirada, como una lámpara apagada en pleno día—. Este despacho no es real.

Me incliné hacia él, tomando mi tono más directo y riguroso, el que siempre usaba en los momentos críticos.

—Hasta aquí hemos llegado. —Por un instante pensé en la reunión del hotel Renwick… ¿era hoy? No importa, lo único evidente es que este último paciente me necesitaba—. Stephen, ¿quieres que probemos con la hipnosis? ¿Qué me dices?

Él asintió. Entonces me preparé. Lo tumbé en el diván y me senté a su lado para comenzar a inducirle el estado preciso. Media hora más tarde, conseguía que Stephen Walker entrara en hipnosis. Sin saber muy bien por qué, la voz temblaba en mi garganta como si pronunciara un conjuro de terribles consecuencias calamitosas.

—Tres..., dos..., uno, ¡dentro! —dije al mismo tiempo que tocaba su frente con mi dedo índice—. Ve profundo... muy profundo, y dime… qué ves.

—Estoy en el espacio —murmuró—. Me llevan a un planeta.

—¿Quién te lleva?

—Unos seres.

—¿Y qué más?

—Unos seres oscuros... y altos. No tienen rostro. Me traen aquí. Me obligan a quedarme.

—¿Te traen a este planeta?

—Sí... estoy... estoy aquí. Me han traído… ellos me han dejado.

Stephen comenzó a temblar. Sus palabras se volvieron lentas.

—¿Por qué? ¿Qué quieren de ti?

—Quieren que cumpla una misión.

—¿Qué clase de misión?

—Tengo que evitar que un psicólogo escriba un libro.

—¿Un libro? ¿Qué tipo de libro?

—Un libro sobre la ilusión.

—Pero tener ilusiones es algo muy bello, ¿por qué habría seres que quisieran evitar un libro tan hermoso?

—No..., no entiendes...

Entonces Stephen comenzó a mover su cabeza de un modo compulsivo como nunca antes había visto. Quise detener de inmediato la hipnosis, pero sentía que estaba muy cerca de alguna revelación que podría ser crucial para comprender su problema. Continué.

—¿Qué no entiendo?

—¡Tú también estás atrapado! —dijo con la voz quebrada, como de otra persona—. No entiendes nada. Debo evitar que lo sepas. ¡Que todos lo sepan!

—Relájate, Stephen, y contesta. Escucha mi voz… mi voz te libera para que contestes libremente: ¿qué es lo que no entiendo?, ¿qué es lo que no podemos saber?

Entonces, de súbito, abrió los ojos y me agarró del cuello fuertemente con sus manos, gritando como un animal del inframundo, tal como lo haría un demonio poseído por la desesperación.

—¡La ilusión..., sobre la ilusión del mundo!

No podía soltarme. Sus manos se cerraron en torno a mi cuello con una fuerza inesperada. Stephen apretaba cada vez más mientras repetía esas palabras demenciales. El aire me faltaba, y mis fuerzas no eran suficientes para escapar de la tenacidad de aquel inconsciente deshumanizado. Me veía morir; las esperanzas se desvanecían junto con mi visión. Todo se oscureció.

No sé si estaba muerto o sumido en el interior de alguna dimensión desconocida. Lo primero que sentí cuando abrí los ojos fue que el mundo de mi entorno había desaparecido. No entendía lo que me había ocurrido, pero me vi libre de toda angustia ante un silencio absoluto. Un silencio extraño, que no pertenecía a ningún lugar conocido. Luego, el zumbido leve de una luz fluorescente llamó mi atención. Después, el murmullo apagado de unos pasos más allá de una puerta cerrada comenzó a dibujar las tenues líneas de una estancia.

Estaba sentado en una silla gris, en lo que parecía una sala de espera. Reconocía los cuadros en las paredes, las revistas obsoletas y una voz enlatada que anunciaba turnos sin parar. Todo era familiar... y, sin embargo, algo estaba mal. Me hallaba en una copia imperfecta de mi consultorio. No comprendía nada. Y menos aún cuando la Srta. Valeria vino hacia mí para invitarme a entrar en mi propio despacho.

—Buenas tardes, Sr. Stephen —dijo con su peculiar sequedad—. Puede pasar. El doctor lo espera.

—¿Stephen...? No. Yo soy... —me puse en pie con torpeza, sintiendo que mis piernas no me obedecían.

De inmediato, ella me cogió del brazo y me hizo pasar al despacho con tal facilidad que me asusté al verme tan debilitado como un octogenario.

—Buenas tardes, Stephen. Siéntese, por favor.

—¿Qué hace usted en mi silla? Usted... —dije alzando la voz al mismo tiempo que me acercaba, señalándolo con el dedo—. ¡Usted ha intentado matarme!

—¡Cálmese, Sr. Stephen!

—¡Yo me llamo Evans Donson, y este es mi despacho… es mi realidad! —grité golpeando la mesa con toda la furia y las pocas fuerzas que aún sentía.

La Srta. Valeria intervino con una calma quirúrgica. Sus ojos me pidieron silencio mientras su mano pinchaba algo. Un instante después, todo cambió. Una inyección en mi espalda fue suficiente para poder ser trasladado del despacho al hospital psiquiátrico sin darme cuenta.

—Por favor, por última vez: ¿cuál es su nombre?

Respiré hondo. Quería responder. Tenía la respuesta en la punta de la lengua... pero algo se disolvía dentro de mí como tinta sobre el agua.

—Yo... yo me llamo...

La frase no terminaba de salir. Miré a mi alrededor. La sala no tenía ventanas. Ni reloj. Ni calendario. Ni salida visible. Solo un gran espejo. Solo ellos observándome. ¿Y si nunca hubo ventana? ¿Y si nunca hubo despacho? ¿Y si yo nunca fui el doctor? El silencio me envolvía como una sábana húmeda y mortuoria. Mis certezas se deslizaban como recuerdos robados, como un alma que no era mía. Cada cosa que había dicho, cada diagnóstico, cada nombre... podía haber sido parte de una invención, de un problema psíquico, una defensa quizás ante mi propio ser. Puede que necesitara esa invención, que mi salida fuera creer que había sido alguien más. No lo sé. Lo más seguro es que mi mente buscaba recuperarse de algo, afirmándose en una historia que no era mía.

De pronto, noté que algo detenía mis conjeturas. Mis piernas se movían ajenas a mi voluntad. La silla crujió bajo mi peso. La voz volvió a sonar:

—¿Cuál es su nombre?

Apreté los dientes. Si decía lo que pensaba, me darían otra dosis. Y si no decía nada... tal vez olvidaría quién fui —o quién creí ser—. La única certeza era esta: mi vida se convertía en un engaño, en una ilusión que hacía desaparecer todo sentido dentro de una habitación sin ventana, en un lugar sin sol, sin la más mínima chispa de lucidez que pudiera iluminar mi memoria y la realidad de mi condena. Sé que tras ese cristal me observan. Quieren que cumpla una misión.

Autor Undamarnu 2025

Nos ha dejado Hulk Hogan

Pues apenas a unos días de la inesperada muerta del príncipe de las tinieblas, Ozzy Osbourne. nos enteramos de la muerte de otro grande de la década de los 80, Hulk Hogan. No hay duda de que estamos siendo testigos directos de la muerte de una época. Posiblemente una de las mejores épocas que se han vivido en la historia reciente de occidente. El tiempo existente entre los años 60, 70, los 80 y los 90, ha sido irrepetible en muchos aspectos. No habrá tiempos como esos, y hemos tenido la suerte de vivirlos. 

Puede sonar demasiado fanfarrón, pero lo cierto es que desde los 60, hasta los 90, occidente vivió una autentica era dorada de glamour, entusiasmo, ilusión y luz cultural. Siempre se ha dicho que la Europa de aquellos tiempos era muy superior a la actual, y en efecto lo eran. Yo nací en 1974, y puedo corroborar, que el tiempo pasado fue mejor en prácticamente todo al actual. Evidentemente no teníamos tecnología, pero los niños jugábamos en las calles y los parques hasta las tantas de la noche con una seguridad absoluta. No había violadores, no había bandas latinas, no había droga a gran escala, no había okupas ni machetazos en los barrios cada fin de semana.

Las familias existían y se reunían las tardes de los domingos para ver una película alquilada en el video club. Los vecinos de las comunidades entablaban lazos de amistad, intercambiando tertulias y meriendas en las casas de unos con otros. Los barrios estaban vivos y alegres. Todos nos conocíamos y todos nos conocían. 

Bien, pues en ese contexto cultural que dio grandes programas como el planeta imaginario, Campeones, el un dos tres etc etc.. también triunfó por primera vez en España, un programa de luchadores esperpénticos y por momentos freaks, que se llamo Presing Cacht. Un programa que rápidamente atrapó a padres y a hijos, que pasaban viendo los combates las tardes noches de los fines de semana. Jugando al día siguiente en los parques a pelear unos con otros como habíamos visto en la TV.. yo no se como no nos matamos en esos tiempos, en serio, éramos de otra pasta, hoy sería impensable que no cayera una denuncia por ver críos de 8 años jugando a la lucha libre.. En fin. 

La cosa es que uno de los combatientes mas carismáticos de esa época, fue Hulk Hogan. Nombre artistico de Terry Gene Bollea. Nació el 11 de agosto de 1953 en Augusta, Georgia, Estados Unidos. Su carisma arrollador, su imponente físico (201cm de altura) y su inconfundible bigote rubio lo convirtieron en uno de los luchadores más emblemáticos en la historia de la lucha libre profesional.

Hogan alcanzó la fama mundial en la década de 1980 como la principal estrella de la World Wrestling Federation (WWF, ahora WWE). Su personaje, un héroe musculoso que defendía los valores de la familia, el patriotismo y la perseverancia, conectó profundamente con el público. Su lema “Train, say your prayers, and eat your vitamins” (Entrena, reza y toma tus vitaminas) inspiró a millones de fanáticos, especialmente niños.

Protagonista de momentos icónicos como su histórica victoria sobre André the Giant en WrestleMania III, Hulk Hogan ayudó a transformar la lucha libre en un fenómeno global. Fuera del ring, también incursionó en el cine, la televisión y la música, consolidando su estatus de celebridad internacional.

En los años 90, Hogan sorprendió al mundo al adoptar una imagen de villano en la WCW, formando parte del grupo NWO (New World Order), lo que revitalizó su carrera y marcó una nueva era en el entretenimiento deportivo.

Aunque su figura ha estado rodeada de controversias en años posteriores, no se puede negar que Hulk Hogan es una leyenda viviente que hoy nos ha dejado a la edad de 71 años. 

Es posible que los mas jóvenes no toméis consciencia de esto, pero los que ya vamos teniendo una edad, y empezamos a ver como todo el mundo con el que crecimos, poco a poco va muriendo.. Demonios.. digamos que la vida toma otro sentido.

Lo cierto es que como dije al inicio, estamos viendo morir una generación irrepetible. Irrepetible por muchas cosas, una de ellas, la originalidad y el carisma. Y es que en los 80, el mundo tenía carisma, glamour, luz, colorido, arte, originalidad...Cosas que poco a poco se fueron perdiendo, incluso en el deporte que hizo famoso a Hulk.

No voy a negar que es triste ver como la gente que te ha acompañado en tu niñez y adolescencia, van abandonando el mundo en su lógico caminar por el tiempo. Todo empieza y todo acaba.. Lo único que nos queda es saber apreciar la suerte que tuvimos de vivir esos tiempos, los cuales no solo no van a regresar, sino que por simple perioricidad cíclica, seguramente de aquí en adelante sean considerablemente peores para los europeos.

En fin.. Descanse en Paz Hulk Hogan..

martes, 15 de julio de 2025

Messiah of Evil: El evangelio perdido del terror psicodélico

En algún rincón olvidado de la California costera, donde el mar rompe con desgana contra las rocas y el cielo parece más una amenaza que un refugio, ocurre algo extraño. No hay gritos, ni persecuciones frenéticas. Solo una quietud enfermiza, una especie de malestar contenido, como si el aire mismo supiera que algo terrible está por ocurrir. Así es el mundo de Messiah of Evil, una película rodada en 1971, pero que no vería la luz hasta 1973, y que desde entonces se ha convertido en uno de los secretos mejor guardados del cine de terror.

Dirigida y escrita por Willard Huyck y Gloria Katz, pareja en lo profesional y en lo sentimental, la cinta fue concebida antes de que ambos trabajaran en éxitos como American Graffiti o Indiana Jones and the Temple of Doom. Pero aquí no hay nostalgia adolescente ni aventuras exóticas. Messiah of Evil es otra cosa: un descenso lento y alucinado a un infierno costero, poblado por muertos vivientes que no corren ni gruñen, pero observan. Siempre observan.

La historia sigue a Arletty, una joven que viaja a un pueblo llamado Point Dume (un lugar real, pero aquí transformado en pesadilla) en busca de su padre artista, del que hace tiempo no sabe nada. Lo que encuentra es una comunidad sombría, habitantes extraños de piel cenicienta, y un misterio antiguo que parece tener raíces en la noche americana más profunda: la llegada de un "Mesías del Mal", una figura mítica que traerá una nueva era de oscuridad. La narrativa avanza como un sueño febril, sin necesidad de explicaciones, dejando que la atmósfera lo diga todo. Porque en esta película, el ambiente es el verdadero protagonista.

Y es que en líneas generales, el ambiente es onírico, surrealista y muy cargado. En momentos me recuerda a la película de Lemora. No tanto por la trama, como por su admósfera 

Rodada con bajo presupuesto y muchas limitaciones técnicas, Messiah of Evil destaca por un diseño visual que bordea lo pictórico. Los escenarios interiores —particularmente la casa del padre de Arletty— están cubiertos de murales gigantescos, que le dan a cada escena una sensación teatral y perturbadora. El uso del color es hipnótico, reminiscente de los giallos italianos y de la estética psicodélica de finales de los 60. Cada plano parece sumido en una irrealidad deliberada, como si la película estuviera soñando con otra película dentro de sí misma. 

Cuando se estrenó, pasó casi desapercibida. La distribución fue mínima, y el título cambió varias veces —Dead People, Return of the Living Dead, entre otros— lo que contribuyó a su confusión y olvido. Pero como muchas obras malditas, encontró una segunda vida gracias a los cinéfilos y coleccionistas que empezaron a redescubrirla en VHS y DVD en los años 90 y 2000. 

Hoy, Messiah of Evil figura en listas de culto, y ha sido reivindicada por críticos como Kim Newman y revistas como Sight & Sound o IndieWire, que la incluyó entre las 100 mejores películas de terror de todos los tiempos. 


Entre las escenas más memorables —y que han asegurado su estatus legendario— están la del supermercado nocturno, en la que una mujer es devorada lentamente por una multitud de zombis silenciosos, y la del cine abandonado, donde el horror se manifiesta sin necesidad de un solo grito. Ambas secuencias son ejemplos de cómo el terror puede construirse desde el silencio, el encuadre y el tiempo. 

Una curiosidad poco conocida: la película se filmó en gran parte con recursos propios del equipo, y muchas de las localizaciones reales eran casas de amigos o escenarios tomados sin permiso. Pese a ello, lo que lograron fue un universo propio, una especie de purgatorio californiano al que solo se accede si uno está dispuesto a perderse. 

Messiah of Evil no es una película para todos. No da respuestas fáciles ni persigue el susto inmediato. Pero para quienes se adentren en su ritmo hipnótico y su estética espectral, es una experiencia inolvidable. Un eco de otra época, en la que el terror se cocinaba a fuego lento, y el miedo no era un sobresalto, sino una presencia que iba invadiéndolo todo, como el mar que amenaza con tragarse Point Dume.


sábado, 12 de julio de 2025

Un nuevo personaje para la llamada de Cthulhu.. LEIF VARGSEN

Leif Vargsen nació una noche de tormenta en Bergen, al oeste de Noruega, con el rugido del mar golpeando los fiordos como un presagio. Su nombre, "hijo de Varg", no fue casual. Su padre, Varg Nilsen, era un militar curtido, silencioso y severo, miembro activo del ejército noruego y uno de los fundadores del club motero Fenrirs ætlinger —"Los descendientes de Fenrir"—, un grupo que mezclaba el culto a la libertad sobre dos ruedas con una reverencia casi ritual hacia el lobo mitológico. 

Su madre, Astrid Nilsdatter, era una figura completamente opuesta: profesora de literatura en una escuela secundaria de Bergen. Amaba la palabra escrita, la poesía nórdica antigua, las novelas góticas y el cine de autor. De ella, Leif heredó la pasión por contar historias, por los relatos oscuros, por el arte de narrar el abismo sin caer en él.

De niño, Leif vivió entre dos mundos: el de la disciplina militar y las rutas de montaña con su padre, y el del calor de las palabras, los libros y las historias que le contaba su madre antes de dormir. Pronto aprendió a manejar una cámara, a escribir con rabia y precisión, y a desmontar y montar una moto sin esfuerzo. 

A los 23 años, harto de la rutina y con una necesidad casi espiritual de buscar "algo más", vendió todo lo que tenía, se compró una Harley Davidson Iron 883 modificada, y cruzó el Atlántico con destino a Miami.

El plan era claro: recorrer Estados Unidos de costa a costa, sin mapa y sin prisa. Documentar la cultura subterránea, los clubes moteros, los conciertos de garaje, las reservas naturales olvidadas, y si tenía suerte... alguna historia digna de contarse.

Pero la carretera le dio más de lo que esperaba. En una zona pantanosa de Louisiana, mientras fotografiaba una antigua cabaña semienterrada por la vegetación, creyó ver una criatura bífida desaparecer entre la maleza. 

En Arizona, fue perseguido durante tres noches por lo que describió como un hombre de ojos completamente blancos, que solo aparecía en las fotografías al revelarlas. En Utah, se infiltró en una caverna cerrada por el gobierno donde encontró símbolos grabados que coincidían con los manuscritos antiguos que había visto en los libros antiguos de su madre.

Desde entonces, la criptozoología, lo oculto y lo paranormal se convirtieron en su obsesión. Leif comenzó a formar parte de foros, grupos privados, redes ocultas, y hasta fue invitado por una secta gnóstica urbana en Chicago que aseguraba conocer “el verdadero origen del hombre”.

Ha trabajado como fotógrafo para revistas de naturaleza, de rock, de motocicletas y, en más de una ocasión, como investigador externo para “cazadores de fantasmas” y documentalistas de fenómenos inexplicables. 

Actualmente vive de forma nómada, viajando con su moto, su mochila y su cámara. Duerme en moteles baratos, garajes, o en casas de amigos que va dejando atrás. Escucha heavy metal, ama las películas de serie B, y lleva tatuado el símbolo rúnico de "Fenrir encadenado" en el pecho.

Sigue escribiendo guiones de terror para cine independiente, relatos cortos que a veces publica en revistas pulp digitales bajo pseudónimos. Sus historias tienen una oscuridad visceral, demasiado real para quienes lo conocen de cerca.







FICHA DEL PJ para jugar partidas de LA LLAMADA DE CTHULHU 7º edición